¿Por qué el turismo comunitario pudiera ser una prioridad en América Latina?

La propuesta de dar al turismo comunitario un lugar prioritario para impulsar el desarrollo de los países y los pueblos de América Latina no es nueva y en muchos espacios se reconoce como una propuesta profundamente transformadora y una oportunidad para construir un modelo de desarrollo local que sea más justo, más sostenible y más profundamente enraizado en los territorios. Sin embargo su importancia institucional real sigue siendo incipiente.

El turismo comunitario no es una rama secundaria del turismo y mucho menos un segmento de mercado, es una estrategia transversal que toca fibras muy sensibles de nuestras sociedades, que impulsa el fortalecimiento de la cultura y las tradiciones, la economía solidaria, el cuidado ambiental, la participación democrática y la prosperidad compartida.

¿Por qué deberíamos invertirle con todo al turismo comunitario ?

Porque para la economía, el turismo comunitario significa generación de ingresos con redistribución real, es emprendimiento desde la base, es fortalecimiento del tejido local sin fuga de capitales.

Porque para la cultura, representa una forma de revitalizar lenguas, saberes y expresiones que no caben en vitrinas ni folletos, pero que florecen en el diálogo directo con quienes las viven día a día.

Porque para el medio ambiente, el turismo comunitario ha demostrado ser uno de los pocos modelos donde conservación y desarrollo no se enfrentan, sino que se nutren mutuamente, donde las comunidades no son obstáculos, sino guardianas del patrimonio natural.

Porque para la educación es evidente que cuando una comunidad comparte experiencias con un visitante desde su identidad, también aprende, también innova, también se reconoce y eleva su capacidad de acción. Recibir visitantes para enseñarles nuestro entorno y nuestra vida es una poderosa forma de aprender quienes somos, porque convierte el conocimiento local en diálogo vivo.

Además, para el turismo mismo, el turismo comunitario representa una alternativa para distribuir los flujos de visitantes, diversificar la oferta y posicionar a nuestros países con experiencias únicas, éticas y memorables.

El turismo comunitario no es una estrategia asistencialista que ofrece apoyos a personas vulnerables, sino de impulso al protagonismo comunitario, donde las comunidades no son vistas como beneficiarias pasivas, sino como gestoras activas. Esto requiere un cambio de señal que implica dejar de contemplar a las comunidades como receptáculos de proyectos externos, para aceptarlas como autoridades legítimas de sus propios procesos.

Impulsar al turismo comunitario requiere apoyo técnico, financiamiento accesible y marcos normativos que respeten y fortalezcan las autonomías locales, lo que implica algo fundamental: voluntad política.

¿Por qué no le hemos apostado con energía al turismo comunitario?

Una de las razones principales por las que la mayoría de los países de América Latina siguen priorizando el turismo masivo por encima del turismo comunitario es porque el modelo masivo ofrece resultados rápidos y medibles en términos económicos, especialmente en la captación de divisas, el número de llegadas internacionales y la inversión extranjera directa. Es un modelo que encaja fácilmente en las métricas tradicionales de crecimiento y competitividad internacional que responden a las siguientes tendencias:

1. Una lógica extractiva del desarrollo donde el valor se genera para actores externos y no para las comunidades. Este enfoque ve el territorio como un recurso a explotar en el presente más que como un sistema vivo que debe cuidarse y fortalecerse para aprovecharse con responsabilidad hoy mismo.

2. Fuerte presión de las corporaciones empresariales como los grandes operadores turísticos, cadenas hoteleras y desarrolladores inmobiliarios, que tienen más capacidad de lobby e influencia sobre las políticas públicas. El turismo masivo permite atraer grandes inversiones y proyectos que se presentan como generadores de empleo, aunque muchas veces propician poca redistribución del ingreso.

3. Débil institucionalidad para modelos alternativos que requieren marcos legales más flexibles y procesos participativos más complejos. Muchos Estados carecen de los instrumentos normativos, fiscales y de acompañamiento adecuados para fortalecer iniciativas locales sin cooptarlas ni burocratizarlas.

4. Percepción limitada del potencial comunitario pues persiste una visión que asocia al turismo comunitario con lo pequeño, lo artesanal o incluso con la pobreza en lugar de con la prosperidad compartida. Esta visión subestima su valor estratégico como motor de desarrollo territorial, conservación ambiental y fortalecimiento de ciudadanía.

5. Falta de visibilidad en las estrategias nacionales porque los planes nacionales de turismo muchas veces están diseñados desde arriba y desde la economía dolarizada, sin consultar a las comunidades ni considerar sus modos de vida. Esto lleva a que el turismo comunitario quede fuera o se proyecte de manera escueta en los programas de promoción internacional, financiamiento o formación.

6. Presión por aumentar en los rankings de competitividad turística que suelen medir el éxito por el número de turistas internacionales y la inversión extranjera directa, lo que presiona a los gobiernos a priorizar el modelo masivo.

¿Por qué deberíamos cambiar de prioridad?

Porque el turismo comunitario redistribuye el poder, fortalece la gobernanza local, conserva el entorno y dinamiza economías más justas. Porque no es solo una forma de hacer turismo, sino una forma de vivir y mostrar nuestros territorios con dignidad desde una pedagogía viva.

Hoy tenemos la oportunidad de impulsar un cambio de enfoque y articular turismo, cultura, economía, ambiente y educación no como compartimentos separados, sino como dimensiones de un mismo futuro.

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