¿Quién maneja tu vida? ¿Qué tiene que ver tu inteligencia emocional con la anfitrionía empática?
En este artículo te platicaré sobre inteligencia emocional, abordando las emociones, su alta capacidad de contagio y la importancia que tienen en la concepción de una anfitrionía empática.
Podrías dejar que tus emociones manejen tu vida y se adueñen de ti o podrías usarlas para comunicarte mejor contigo y con las demás personas.
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Toggle¿Reconoces a quien maneja tu vida y cómo tu actitud afecta a quienes te rodean? ¿Puedes manejar la vida de las personas que te rodean? ¿Será que somos víctimas de la circunstancias? ¿Crees que no hay nada en el mundo que puedas hacer para manejar tu vida?
Quizá en algún momento has sentido que no controlas tus emociones y esto sería totalmente normal. Todos tenemos el derecho de tirarnos al drama de vez en cuando pero cuando esta se vuelve tu manera de estar ante el mundo es tiempo de parar, respirar y abrirte a la posibilidad que tú estás en control de tu propia vida. Nadie más, solo tú.
Un día como cualquier otro
Suena la alarma. Hoy recibo a un grupo de pasajeros en mi pequeño gran hotel y todo debe salir bien. Me paro adormilada y salgo de mi cama rica y calientita. Doy un paso y sin pensar y sin medir mi espacio… golpeo mi dedo chiquito del pie contra la pata de la cama y el dolor mas horrible me paraliza.
Un dolor de aquellos invade mi cuerpo hasta el último de mis cabellos y se expande por la habitación, por las escaleras, por el jardín y por todo el pueblo en el que vivo. Las personas que han experimentado el golpear su dedo chiquito contra la pata de una cama, saben que es un tipo de dolor que no solo pone en riesgo tu pie, sino tu confianza en ti mismo.
Mi dedo chiquito del pie izquierdo se estrelló contra la pata de la cama.
Todas las malas palabras que están en mi repertorio empiezan a salir. La mayoría se dirigen a mi misma, reconociendo mi propia torpeza, aunque algunos insultos se dirigen también a la cama, otras al constructor de la cama, a quien me la vendió y a quien la transportó hacia mi habitación.
Mis pensamientos de impotencia son tan poderosos que me paralizan. Por fin me puedo sentar para sobarme y seguirme quejando e insultando al mundo. No puedo dedicar mucho tiempo a eso porque tengo que prepararme para recibir a las visitas.
De a brinquitos llego al baño, abro el agua caliente y no calienta. Voy a revisar si el boiler está prendido y no lo está. Ahora tengo dos motivos para insultarme y mi dedicatoria se expande al fontanero, al electricista y a quien inventó sistema hidráulico de la ciudad, aunque la principal insultada sigo siendo yo.
No tengo tiempo para esperar a que se caliente el agua y me meto a bañar con agua fría.
Mi día se empieza a descontrolar, como siempre.
Salgo de bañarme, busco la blusa que tenía pensada ponerme y no la encuentro. Busco en la ropa sucia y no está. Busco en la ropa para planchar y la encuentro. Veo la hora. No me da tiempo de plancharla, así que voy al closet a buscar otra blusa pero ninguna me satisface. Tomo cualquier blusa, de malas, me la pongo y no me siento cómoda, pero decido usarla porque el tiempo apremia.
Voy hacia al refrigerador negando con la cabeza y me doy cuenta de que ya no tengo ni uno de mis yogurts favoritos. ¿Es en serio? Doy dos instrucciones a mi socia, quien es la encargada de la cocina y que me mira con asombro. Regresaré en unas horas con los pasajeros. Más vale que todo esté funcionando como acordamos. Apenas escucho que me da los buenos días tímidamente. No logro responder.
Tomo una manzana y las llaves de la camioneta para salir volando sintiéndome total y completamente frustrada. Sólo puedo pensar en mi falta de capacidad de prever. Tal vez debía dejar de ofrecer un servicio tan personalizado y dejar que los pasajeros lleguen al hotel por sus propios medios. Para eso hay taxis en el aeropuerto.
Me subo a la camioneta. ¡Claro, no arranca! Tal vez está a punto de morir. Les rezo a todos mis santos y después de dejarla respirar, la inservible Matraca, como me ha dado por llamar al vehículo, decide ponerse en marcha. Pongo la reversa y por poco me estampo contra un poste.
Llueve. Las salidas de mi cerro están topadas. Me hubiera dado tiempo de desayunar tranquilamente si no hubiera enfurecido por un yogurt, aunque con el dolor del dedo se me quitó el hambre. Fue mejor salir de prisa por si hubiera tráfico, uno nunca sabe todo lo que se puede salir mal. Y así, con esos pensamientos desastrosos, transcurre mi camino.
Llego corriendo al aeropuerto.
Mi plan era llegar con más de una hora de anticipación para preparar la pancarta y dar la bienvenida a los pasajeros como me gusta. Garabateo el nombre del grupo. ¡Es el colmo! Aparte de escuchar los reclamos de los pasajeros por mi retraso, cuando lleguemos al hotel tendré que revisar el boiler antes de que alguien decida bañarse y es posible que el grupo entero cancele su estadía o tenga que darles un reembolso.
Los pasajeros no han salido aún. Tal vez tuvieron un problema en la aduana. Todas las miradas están sobre mí, siento que me están juzgando, pensando mil y un cosas horribles sobre mí.
Una señora desconocida me pregunta si estoy bien.
¿Qué tal va su día?
Bien, bien, respondo con cara de mal, mal y sigo: El mundo anda mal, están pasando cosas, escuché en las noticias que todo es desastroso, parece que hay un complot contra las buenas noticias y el tráfico está desatado.
Seguramente, sólo con leer cómo fue mi mañana ya te habrás hecho a la idea de que tuve un muy mal día todo el día y sobre lo que tuvieron que vivir los pasajeros que recogí a tiempo y sufrieron al escuchar mis anécdotas mañaneras y mi angustia del tráfico, que no afectó la realidad del reloj, sino mi realidad particular.
Lo peor del caso es que no nada más yo tuve una mala mañana, sino que tal vez fui capaz de contagiarles a mis huéspedes mi pesimismo y mal humor. Ni siquiera le pregunté sobre su camino o sus preferencias, pues solo tenía cabeza para contarles los terribles acontecimientos que estaban entorpeciendo mis ganas de darles una bienvenida espectacular. Todo por culpa de mi dedito chiquito.
Las emociones son contagiosas
Cuando la persona que te recibe en una tienda, en un aeropuerto, en un hotel o en un parque porta una sonrisa sincera, hasta logra que olvides tus muinas, ¿te ha pasado?
Pero, ¿qué pasa cuando tenemos un encuentro con una persona de cara larga solo porque en la mañana golpeó su dedo chiquito? ¿Qué tal si nos recibe en el aeropuerto alguien que piensa que todo va a salir mal durante nuestro viaje?
Si no tenemos el conocimiento y la habilidad para controlar nuestras emociones y separarlas de las de otras personas, es posible que nos sintamos frustradas y molestas. ¿Llegaremos al precioso hotelito de la montaña preguntándonos si en realidad elegimos la mejor opción?
Si no sabemos qué hacer con nuestros propios sentires contagiaremos a otras personas con las que entremos en contacto. Las emociones son como la manzana podrida, basta una para que todas las demás sigan el mismo camino.
El darse cuenta
Estoy segura de que en algún momento has tenido un inicio de día en donde todo lo que podría ir mal SUCEDE. Y no nada más se queda en el inicio del día, van pasando más y más cosas y justo cuando piensas que nada más puede pasar, otra cosa se descompone, se pierde, se rompe y lo único que quieres es que el día acabe para ponerle fin a tu agonía.
En cuanto asigné las habitaciones estaba lista para ir a encontrar más errores y conflictos. Para colmo recibí la llamada de un muy buen amigo, que me preguntó lo obligado: ¿Cómo estás? Y yo como la teatrera que soy, le platiqué todo lo que me había ocurrido en mi mañana y sí, lo tengo que admitir, echándole un poco más de drama al asunto. Fui tan buena para recordar mis emociones, que la ansiedad tomó el control de mi cuerpo empecé a respirar tan rápido que me sentí mareada.
Se quedó callado unos instantes que me sirvieron para reflexionar.
“Hace apenas unos días también golpeé mi dedo chiquito contra la pata de la tina y brinqué como un chapulín desnudo”, confesó mi amigo. “Observar mi propia reacción me hizo reír a carcajadas.”
Me imaginé brincando como un chapulín desnudo y comencé a reír también. Pensé en que pude bañarme aunque sea con agua fría, que encendí el boiler para que los pasajeros tuvieran agua caliente a su llegada, que la Matraca me llevó al aeropuerto y de regreso al hotel, que la pequeña demora en la aduana me hubiera permitido escribir un hermoso letrero de bienvenida si hubiera estado de humor y que mi socia cocinera había preparado agua fresca y deliciosos bocadillos para la llegada del grupo.
“¿Quién maneja tu vida, querida? ¿Tú o las circunstancias?”
Que golpe tan bajo, cuestionarme a mí, yo que tengo una maestría en psicoterapia Gestalt, un master en programación neurolingüística y otro en coaching. Pero el golpe mas bajo vino cuando me di cuenta de que tenía toda la razón. A pesar de todo lo estudiado, todo lo vivido, había caído en el hoyo, recreando imagenes fatales de una mañana que ya no podría cambiar.
Me despedí agradecida y me dirigí a la cocina para disculparme con mi amiga. Todavía tendría el resto del día para disfrutar.
La primera vez que escuché el término de inteligencia emocional fue cuando cursaba el segundo semestre de la maestría en psicoterapia infantil en 2001. Nos pidieron empezar a pensar en nuestra línea de estudio e investigación para la materia de metodología y elaboración de trabajo terminal para titulación de maestría. Recuerdo que cuando mencionaron inteligencia emocional como una de las líneas que podríamos trabajar me llamó tanto la atención que no escuché ninguna otra.
Contacté a la maestra responsable del tema al día siguiente y por correo recibí una lista de libros a leer antes de nuestra primera reunión. Uno de esos libros era inteligencia emocional por Daniel Goleman. Fui corriendo a comprarlo y ha sido una de las mejores inversiones que hecho en mi vida y en ese momento empezó un caminar que hasta el día de hoy no ha terminado. Leer sobre inteligencia emocional no me ha hecho inmune a tener malos días, aunque hoy mismo, volví a comprobar que yo puedo manejar mis emociones en lugar de dejar que me manejen.
La práctica y la inteligencia emocional
Te cuento, el primer momento en el que me di cuenta de que yo podría estar a cargo de mis emociones fue cuando empecé a leer y aprender los conceptos básicos de la inteligencia emocional, aunque, realmente, me cayó el veinte de que yo podría estar en control de mis emociones y por ende de mi vida, mientras cursaba mi primera certificación en programación neurolingüística y aprendí sobre la mente.
Digamos que la mente puede ser comparada con un iceberg.
La parte visible del iceberg es lo que hacemos a nivel consciente, es decir, lo que decidimos que vamos a hacer y lo hacemos. Esto implica que sólo del 5 al 7 % ,aproximadamente, de las elecciones o decisiones que tomo son pensadas y conscientes. ¿Entonces qué pasa con el 95% de todas las demás cosas que pasan en mi vida? ¿Quién toma estas decisiones?
Si vemos el diagrama, quien realmente toma las decisiones y acciones de mi vida no soy yo, bueno si soy yo, pero en realidad es mi asistente, mi mente subconsciente. Las acciones de supervivencia, como respirar, el que mi corazón lata y bombee sangre a todo mi cuerpo y todos los demás procesos biológicos necesarios para que mi cuerpo siga funcionando son llevados a cabo por mi mente inconsciente. La mente es maravillosa en su totalidad, pero quisiera en este momento centrar mi atención en la mente subconsciente.
Mi mente subconsciente es la que toma las riendas, reacciona por mí y activa los patrones de comportamiento que están entretejidos y se activan cada vez que algún estímulo, externo o interno, se presentan en mi radar. Nuestra mente guarda memoria de todo lo que nos marca y empieza a establecer patrones de conducta que nos ayudan a preservar nuestra integridad. En el momento en que se establecen, mi mente conmigo, estamos de acuerdo, que no hay otra manera en la que podamos actuar y es nuestra mejor opción.
Hay algunas cosas acerca de la mente subconsciente que es importante que sepas:
- Es literal, no entiende bromas ni sarcasmos.
- Siempre accionará de la manera en que, según ella, te estará salvaguardando de cualquier peligro.
- Cuando tú trates de cambiar tus patrones, hará todo lo que esté en su poder para regresarte por el buen camino. Por eso, cuando intentamos cambiar hay tanta resistencia.
- Le gusta lo conocido. No le gusta experimentar caminos o sensaciones nuevas.
- Puede ser tu mejor aliada o tu peor enemiga.
Generando alianza con mi mente para mejorar mi inteligencia emocional
Nuestra mente subconsciente toma control de nuestras acciones y reacciones a cada rato. Y no siempre es la mejor opción. En algún momento lo fue, pero muchas veces nuestros patrones caducan, se vuelven obsoletos y nos impiden avanzar como nosotros quisiéramos.
La buena noticia es que podemos reprogramar nuestra mente con la ayuda de la inteligencia emocional.
La inteligencia emocional consta de 5 esferas.
Pongamos especial atención en las dos primeras esferas:
- Reconocer tus emociones.
- Manejar tus emociones.
Nuestra mente subconsciente es la que marca qué estímulos internos o externos provocan en nosotros cada emoción y para esto, se basa en experiencias del pasado. De igual manera, nuestra mente subconsciente nos marca cómo reaccionamos ante estas emociones. Recuerda que ella siempre elegirá la opción que le ha servido en algún otro momento y ahora puede que no sea tu mejor opción.
Para empezar a establecer otros patrones es necesario darnos cuenta cuando surgen las emociones.
¿Cómo podemos darnos cuenta de las emociones que estamos experimentando?
Hagamos un ejercicio rápidamente. Piensa en un momento en el que hayas estado muy enojado. Trae ese momento a tu memoria y recuerda que pensamientos pasaban por tu cabeza, cómo respirabas y en que postura se encontraba tu cuerpo.
Hemos descubierto las tres claves para empezar a reconocer y reprogramar nuevas maneras de manejar nuestras emociones.
- Pensamientos
- Respiración
- Corporalidad
Estos tres elementos componen lo que en programación neurolingüística conocemos como cadena de excelencia. La cadena de excelencia es una herramienta que nos ayuda a identificar nuestras emociones y empezar a generar nuevas maneras de manejarlas de modo consciente.
Puedes empezar por ubicar lo que piensas y de allí darte cuenta cómo tus pensamientos se traducen en tu forma de respirar y a su vez impactan tu corporalidad, es decir, que tu cuerpo adquiere ciertas posturas con respuesta a tus pensamientos y tu respiración. O bien, puedes empezar por tu cuerpo y darte cuenta de lo que estás pensando y cómo estás respirando. Tu tercera opción es poner atención a tu respiración, de allí te puedes percatar de tus pensamientos y tu corporalidad.
No importa por dónde empieces, ya sea por tus pensamientos, por tu cuerpo o por tu respiración, los tres están conectados. Lo importante es que hagas un hábito de estar en constante contacto contigo mismo utilizando la cadena de excelencia como base.
A partir de este momento, tú tienes la capacidad de decidir si dejas que tu dedito chiquito maneje tu vida o si tomas acciones encaminadas a transformar la manera en que manejamos nuestras emociones. Así de simple, pero tienes que ser constante y emplear la cadena de excelencia las veces que sean necesarias.
¿Se te ocurre otro guión para la anfitriona cuyo dedo chiquita se lastimó con la pata de su cama una mañana? ¿Crees que su día y la recepción de sus huéspedes hubiera sido de otra manera si hubiera controlado sus emociones de manera diferente?
Recuerda que el poder de la transformación está dentro de ti, basta con darte la oportunidad de reconocerlo y ponerlo en acción.
Profundiza en el artículo sobre el poder de las emociones de Ale Zorrilla y no te pierdas el curso de emociones movilizadoras en Campus idyd.
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