Aprender a desaprender: la clave de aprender

¿Qué es aprender a aprender?

Aprender a aprender es tener conciencia de los procesos, las necesidades, los retos y las oportunidades de nuestro aprendizaje, es tener capacidad de encontrar, examinar, absorber o rechazar conocimientos, habilidades o actitudes; es tener autonomía y ser protagonistas de nuestro propio aprendizaje.

¿Qué es aprender a desaprender?

Aprender a desaprender es la clave para dejar de hacer lo mismo y encontrar nuevos caminos para tener mejores resultados. No se trata de olvidarlo todo o cambiarlo todo,  aunque sí supone poner atención, ser capaces de analizar, evaluar, interpretar, reinterpretar, practicar y sacrificar.

Desaprender implica decidir con valentía e inteligencia qué conservamos, qué desechamos, qué ajustamos, qué reciclamos y qué desconocemos, o más bien qué de eso que ya conocemos como bueno validamos y qué reconocemos como inválido o dañino. 

Para aprender nuevas cosas hemos de sacrificar otras, es decir renunciar a algo que sabemos o damos por cierto, para comprender o reconocer algo diferente. La palabra sacrificio nos asusta, pues la confundimos con causar perjuicios o hacer daño, la usamos cotidianamente para describir muertes provocadas, algo más incomprensible aún que la muerte misma.  

¿Por qué duele desaprender?

Parece que cada vez que elegimos estar en un lugar, estamos decidiendo, necesariamente, dejar de estar en cientos de otros lugares y cada vez que decidimos opinar algo, estamos dejando de opinar lo contrario, o renunciando a otras muchas posibilidades de opinión. Visto así, parece que con cada decisión perdemos más de lo que ganamos y nos duele. Pero el dolor no tendría que hacernos sufrir, sino reaccionar. 

Al aprender a conciliar los opuestos y a ampliar nuestros horizontes desde distintos puntos de vista, ganamos apertura y flexibilidad. 

Aprender a desapreder incluye ir para dejar llegar…

¿Para qué nos educamos?

Desde que tengo memoria recuerdo haber escuchado y debatido sobre lo importante e incluso indispensable que es la educación para construir un mundo de paz, libertad, justicia y prosperidad.

Estas aspiraciones no son una moda moderna, son una búsqueda antigua como la antigüedad.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas desde 1948, plantea que la educación tiene por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana, el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales.

¿Desde cuándo hemos querido o manifestado como humanidad que queremos que la educación nos ayude a favorecer la comprensión, la tolerancia y la amistad entre  las naciones, los grupos étnicos o religiosos, las familias, los vecinos, los compañeros de colegio o de trabajo? 

En el informe de la UNESCO de 1972 ya se planteaban que más allá de conocer el entorno, la educación habría de orientarnos a aprender a ser.

Supongo que para aprender a ser será necesario reflexionar sobre lo que es ser. ¿Quién sería la primera persona que se preguntó qué es ser y cómo se aprende a ser? 

¿Qué es para ti ser persona, ser libre, ser integral, ser feliz, ser tú? 

Sabemos que en materia de educación, las falsas soluciones son suelen ser costosas. Para responder a las nuevas demandas de la sociedad, las fórmulas tradicionales de educar o las reformas parciales han sido insuficientes. Siguen siéndolo. ¿Qué nos falta? ¿Qué nos sobra? ¿Cómo podemos participar en esas reformas tú y yo desde nuestras particulares trincheras?

En el informe de 1996, Debois y sus colegas, dijeron que el mundo estaba de parto y propusieron plantear cuatro pilares de la educación.

Los cuatro pilares de la educación

  • aprender a conocer,
  • aprender a hacer,
  • aprender a vivir juntos,
  • aprender a ser.

Estos cuatro cimientos son sinérgicos y aunque aún se tambalean en la práctica, me parece que se sostienen bien en la teoría y vale la pena seguir bordando y practicando sobre ellos, para encontrar fórmulas que trasciendan a la educación tradicional, sostenida en vendimias, premios y castigos, que evidentemente no ha ayudado a generar un mundo de paz, ni de inclusión, ni de armonía. 

Cambiamos de siglo. 

En enero del 2000, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), publicó el libro El gran eslabón: educación y desarrollo en los umbrales del siglo XXI. En el libro, Ernesto Ottone y Martín Hopenhayn reconocen la necesidad de transformar los esquemas de educación para contribuir a conciliar el crecimiento, la equidad y la participación de la región en las sociedades del futuro, considerando la importancia del conocimiento y la innovación como ejes del desarrollo. 

Casi 20 años después, en junio de 2019  se reunieron los Ministros de Educación para reforzar la Red Latinoamericana de Educación (REDUCA). Los datos que enmarcaron la reunión resultaron poco optimistas. 

Pese a los esfuerzos realizados, la atención a la primera infancia no es integral y la tasa de asistencia de niñas y niños de 4 y 5 años a la escuela mostraton que casi la cuarta parte no asiste a los primeros años del nivel educativo. Más de la tercera parte no finalizan la primaria, la mitad de los adolescentes que debieran terminar la secundaria no lo logran y quienes se gradúan en este nivel no suelen haber aprendido lo  necesario para desempeñarse en la vida adulta. A esto se suma que los países de la región se encuentran entre los de más altos porcentajes de los ninis, que ni estudian ni trabajan.

¿Y cómo ayudarnos?

Después de estudiar desde el turismo las relaciones entre unos y los otros, y analizar cómo el turismo podría ser un instrumento para fortalecer la educación no formal, estudié pedagogía para tratar de entender las complejidades de enseñar aprender y comencé a interesarme en la física, la biología y los sistemas. Se me ha ido un poco la vida en leer, releer y hacer algunos diagnósticos y análisis en la casa, en la oficina, en el campo y la ciudad, tratando de encontrar una fórmula para construir o pulir esos cuatro pilares.

Suelo pensar que el problema radica en que estamos acostumbrados a valorar, a salvaguardar, a proteger y a defender lo que nos enseñaron y lo que sabemos en lugar de buscar nuevos aprendizajes que nos ayuden a construir nuevos aprendizajes para las condiciones que queremos crear. 

Entonces eureka, encontré por ahí que desaprender es hacer un esfuerzo consciente para decodificar y desconocer patrones establecidos, abandonando zonas de comodidad intelectual. Tal vez no necesitamos una fórmula, sino múltiples fórmulas, tantas como mundos que son cabezas o cabezas que son mundos y eso nos inquieta. 

¿A quién se le ocurrió inventar la palabra desaprender? 

Algunos dicen que fue a Alvin Toffler, quien manifestó que “los analfabetos del siglo 21 no serán aquellos que no sepan leer ni escribir sino aquellos que no sepan desaprender”. También se reconoce al sociólogo inglés Gregory Bateson, que dijo que no podemos vivir sin un borrador o goma de borrar o como le digan a algo que desvanece algo previamente escrito. Bei Muñoz dice que el principal legado que dejó de María Montessori hace más de cien años es desaprender para poder seguir al niño que llevamos dentro. 

Importa quién tuvo la idea pero no importa, porque la cocreación de conocimientos es fundamental para innovar, y desde esa perspectiva, no es importante quién lo dijo, sino qué granito pongamos cada uno para lograr el desaprendizaje, qué granitos llegan por algún motivo a este sistema vivo en el que que somos receptores y emisores, títeres y titiriteros.

El concepto del olvido activo del conocimiento se ha comenzado a propagar, con la consecuente inquietud sobre sus impactos en la cohesión social, las dependencias del contexto y demás asuntos ontológicos relacionados con la existencia de la realidad, el ser individual y colectivo, el pensamiento lógico e ilógico, el orden y la transformación de la acción colectiva. 

 

¿Quienes tenemos derecho a la educación?

Educar suele ser un asunto que relacionamos principalmente con infantes y jóvenes, pues son ellos quienes, según los adultos, cambiarán el mundo algún día.

¿Y nosotros? No olvidemos que fuimos jóvenes hace apenas un rato y los jóvenes serán viejos dentro de muy poco. 

¿Será que el futuro del mundo está en manos de infantes y jóvenes o también de quienes somos adultos?

En mi opinión, el futuro del mundo está siendo construido hoy por quienes vivimos hoy, sin importar nuestra edad. Podríamos leer a Silvio Santone, experto en el estudio del desarrollo del Ser, nos propone, educarnos de manera diferente, consciente y positiva en todas las situaciones de la vida cotidiana.

Parece que a los adultos se nos olvida de pronto que somos quienes educamos a quienes nos siguen por más que hoy los pequeños nos enseñen sobre tecnología, y que es imperativo que logremos reinventarnos para facilitar la reinvención de los demás.

La dificultad que tenemos a veces, es que sabemos demasiado y para aprender nuevas cosas, solemos necesitar desaprender otras. 

Por supuesto los más jóvenes serán los dueños del futuro algún día, pero cuando lleguen al futuro, serán adultos, por lo que me parece un poco loco poner en manos de algunos la responsabilidad de cambiar el mundo.

¿Vamos a seguir posponiendo el cambio in secula seculorum, como se decía hace siglos de generación en generación?

Apenas ayer estábamos en el jardín de infantes y los adultos nos veían con esperanza para que cambiáramos esas cosas que ellos no pudieron.

El sistema educativo en la mayor parte de los países de Latinoamérica, tardó decenas de años en incorporar a la enseñanza de la física newtoniana los descubrimientos relacionados con la relatividad, sólo por mencionar un tema que me parece más relacionado con el intento de mantener el orden jerárquico, que de compartir o no los complejos descubrimientos científicos de vanguardia. ¿Cuánto va a tardar en aprender a enseñarnos a vivir en paz si no empezamos a vivir en paz? La verdad, nos urge cambiar. 

Pensamiento

¿El desaprendizaje es transformación?

Ya decía Einstein con su famosísima frase: Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo. 

Y cito al multicitado Einstein para incorporar al desaprendizaje palabras como relatividad y cosmología, que nos invitan a reflexionar sobre la búsqueda o no, de la verdad absoluta. Y cito también a la poco recordada Marian Diamond, la científica que descubrió la plasticidad cerebral, estudiando y comparando el cerebro del famoso genio alemán contra otros cerebros de personas menos renombradas. 

La plasticidad cerebral tiene que ver con su capacidad de recuperarse o restructurarse, dado que las neuronas pueden regenerarse tanto anatómica como funcionalmente y así formar nuevas conexiones sinápticas. De acuerdo con Laura Jurado, la plasticidad cerebral nos permite cambiar y aprender hasta el final. A cada cuál su cerebro. 

¿Cómo saber qué aprender y qué desaprender?

Hoy en día, vivimos en un planeta cada vez más poblado, donde los campos de la actividad humana interactúan cada vez más entre aquí y allá, donde el desarrollo local y mundial se comprenden cuándo se incorporan mirándose de dentro hacia fuera y de fuera hacia dentro.

Los prospectólogos, que solían ser capaces de predecir el futuro o al menos algunos indicadores que nos permitían casi asegurar algunas tendencias, nos dicen que podemos estar seguros de tres cosas: la incertidumbre, el cambio, la velocidad del cambio. Esto parece tener relación con una mayor cantidad de elementos relacionados entre sí, lo que hoy nos permite o nos obliga la tecnología. 

La comunicación se ha personalizado al punto, que parece llevar las interacciones personales a interacciones despersonalizadas. Las fugas de información veraz son tan peligrosas como la desinformación a través de la mentira, y parece que no hay más remedio que reaprender a aprender, a hacer, a vivir juntos y a ser.

Ya quedamos que desaprender duele; duele tanto como perder lo aprendido, duele más que tirar ese par de zapatos que ya no sirven pero nos han acompañado por tantas aventuras, que ya les tenemos cariño.

Qué aprender y qué desaprender depende de cada persona, de lo que es y aspira ser, de lo que vive en cada circunstancia. Hasta ahora solo puedo percibir que no hay más remedio que aprender a optar en consciencia, y cada quién desde su propia realidad. 

¿A quién le sirve la obediencia y la fe a ciegas?

Hay dos asuntos clave en los que me gustaría reflexionar en torno al desaprendizaje: la obediencia y la fe ciegas. 

Si la obediencia horizontal sirvió para siervos y gobernadores en las monarquías absolutistas y los procesos verticales fueron indispensables para que los capataces dirigieran a los obreros en la era industrial, me parece que hoy lo que sirve para transformarnos es pensar libremente y vincularnos en red.

Si los dogmas de fe sirvieron para avalar la idea de que existe una verdad absoluta e incuestionable, hoy sirven para reconocer que la verdad es más bien relativa, que todos somos parte de lo mismo, que somos a la vez diferentes e iguales, influenciados e influenciadores, alumnos y maestros.

El pensamiento libre no puede obedecer los cánones preestablecidos y mucho menos a aquellos en los que no cree. La desobediencia, entonces, es un requisito del desaprendizaje. 

¿Hasta dónde hemos de obedecer por obedecer?

Pero, ¿cómo? ¿acaso estoy sugiriendo decir a los hijos: desobedéceme mijito o a los ciudadanos desobedezcan las leyes que no les gusten? Tal vez, pero no así. Desobedecer por desobedecer ha de ser tan estéril como obedecer por obedecer. 

Hace unos días preguntaba en una reunión urbana a propósito de la obediencia: ¿por qué creen que actualmente, prácticamente todos usamos el cinturón de seguridad? La respuesta más generalizada fue: porque si no me multan. 

En ningún caso estoy proponiendo que mi muestra es representativa de toda la sociedad, solo quiero advertir que más de la mitad de las personas que estaban presentes habían conseguido una maestría en alguna universidad prestigiada. 

¿Habría sido posible convencernos de usar el cinturón de seguridad para cuidar nuestra vida y la de quienes compartimos un auto? ¿habría sido más tardado? ¿más caro que pagar policías por doquier para multarnos? 

En estos días que escribo, vivimos la crisis del COVID-19 y me asombra que algunas personas estemos esperando un toque de queda para dejar de salir a la calle. ¿No tendrías que estar esperando información que nos permitiese tomar una decisión inteligente y en consciencia? Podría llenar cientos de páginas de ejemplos para reflexionar. 

La desobediencia civil es lo que ha permitido abolir la esclavitud, cambiar las leyes y las costumbres, cuestionar para transformar lo que no servía. Supongo que seguirá siendo el eje de la búsqueda de la libertad. Nada fácil, pero si las cosas que valen la pena fueran fáciles, cualquiera las haría, decía un anuncio que se ha convertido en refrán popular. 

Y la obediencia ciega es íntima amiga de la fe ciega. Me parece que hemos de desaprender que existe una verdad absoluta para poder acostumbrarnos a desaprender; hemos de desaprender que lo teórico supera el conocimiento práctico y que se requiere un título universitario para saber que alguien sabe o que su opinión cuenta; hemos de desaprender a creernos mucho y también a creernos poco; hemos de aprender a preguntárnoslo todo, a observar el horizonte simbólico que trasciende el mundo físico, aunque se manifiesta en el mundo físico cuando declaramos nuestra aspiración de futuro.

¿Hasta dónde hemos de creer lo que hay que creer?

En identidad y desarrollo estamos lanzando en estos días nuestro campus digital y se me ocurrió poner una nota antes de aplicar un cuestionario de refuerzo a que quienes toman mis cursos autogestionados, que dice que cada vez que alguien elija una respuesta sabrá si desde mi punto de vista, es la opción correcta o no y porqué; que lo importante es que sea correcta para ti y que ayude a reflexionar, que si les surge una nueva duda, pueden regresa a explorar las lecciones de este curso, buscar nueva información o contactarme.

Al principio la reacción fue, ¿cómo? ¿para qué quiero un curso o una maestra que no me asegure que lo que dice es? Y pues yo dije: pues no estoy segura de que todo aplique en todos los casos, así que ni hablar. 

Por supuesto la plataforma no sabe cómo tratar algo así, pues está programada para que los participantes acierten al 80 % de las respuestas, de manera que advertí que le dieran por su lado y con la tranquilidad de saber que cada persona decidirá cómo lo usa y la esperanza de que alguna de mis respuestas les parezcan suficientemente exóticas para que me reten a reflexionar.

Las comunidades de aprendizaje ya no pueden ser autocráticas, la propuesta es convertir a los maestros en facilitadores, capaces de generar redes que faciliten la cocreación, la colaboración y la corresponabilidad de los participantes, al tiempo que promueven su autonomía y creatividad, para encontrar soluciones que nos permitan, en plural y en singular, vivir en paz. 

Enfoque convencional

Enseñar es responsabilidad de quien enseña

Quien enseña sabe y quien aprende ignora

Hay verdades absolutas e incuestionables

Enseñar es transmitir conocimientos de quien enseña a quien aprende

Las respuestas de quienes enseñan son la base del aprendizaje

La planeación didáctica ha de ser rígida

Lo único importante son los objetivos de quienes enseñan

Las personas solo aprenden cuando se les premia o castiga

Aprender es una obligación

Enfoque transformador

Enseñar es una responsabilidad compartida entre quienes enseñamos y quienes aprendemos

Todas las personas tenemos algo que aportar y aprender

Lo que creemos que es verdad es cuestionable

Las preguntas que nos hacemos son la base del aprendizaje

Buscamos comprender situaciones para crecer

La planeación es flexible y se adapta para mejorar 

Los objetivos de aprendizaje se plantean en conjunto entre quienes enseñamos y quienes aprendemos

Las personas aprendemos cuando nos interesa un tema

Aprender es un derecho y un placer

 

Si se te antoja probar alguno de nuestros programas de aprendizaje significativo, en los que no pretendemos seguir ocupándose de enseñar verdades, sino de proponer un pensamiento crítico para analizar, entender, evaluar, organizar y reinterpretar asuntos que pueden ser útiles en diferentes circunstancias y para distintas personas, además de buscar la creación de nuevos paradigmas que generen armonía entre las personas, la naturaleza y el tiempo en que estamos viviendo.

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